San José y Santa María, queremos peregrinar con
vosotros desde vuestra casita de Nazaret a Belén, la casa del pan. Queremos gozar de
vuestra compañía. Os queremos seguir como enamoradas que caminan buscando
vuestras huellas; como sedientas necesitadas de llegar a la fuente de agua
viva que lleváis con vosotros. La soledad del alma solo se llena con la
presencia del que ha de venir. Vosotros sois los portadores del esperado de las
naciones. Cada aurora nos habla del sol que viene de lo alto. Decidnos:
¿cuánto tardará en brillar su luz sobre la faz de la Iglesia y sobre nosotros,
sus hijos? Que la aurora se convierta en mediodía. Que nuestra fe se haga
visión arrodillada en Belén.
Según los modernos exegetas, la tradición que
pinta a María y José buscando sitio de posada en posada y que en todas se les
niega, no debe ser real. En Oriente se da hospedaje a todo viajero. El
Evangelio dice “que no había sitio para ellos en el mesón”. Hoy, con más
realismo, se entiende que no había sitio adecuado para dar a luz la Virgen
María. En las posadas, y más en aquellos días del censo, se hacinaban bestias,
burros, camellos, corderos y hombres. José no huía de la pobreza; pero debió
preferir antes que aquella barahúnda, la calma y el silencio del campo para su
Esposa y para que naciera el Hijo de Dios.
Oh Sol que naces de lo Alto, resplandor de la
Luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte.
V/ Cielos, enviad vuestro rocío.
R/ Ábrase la tierra y germine al Salvador.
Oremos:
Señor Dios, que con la venida
de tu Hijo has querido redimir al hombre sentenciado a muerte, concede a los
que van a adorarlo, hecho niño en Belén, participar de
los bienes de su redención. Por Jesucristo Nuestro Señor,
Amén.
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